Al abordar el principio de este mes, la primera pregunta que viene a mi mente es la que le hizo un intérprete de la ley a Jesús para probarle ¿quién es mi prójimo?
La bondad, hermoso atributo que todos deseamos poseer. La bondad es la disposición permanente a hacer el bien, de manera amable, generosa y firme. Las personas bondadosas sienten un gran respeto por sus semejantes y se preocupan por su bienestar. Si alguien no está en buena situación y necesita ayuda, el bondadoso no duda en ofrecérsela, y lo hace sin ofender, amorosamente y poniendo gran interés en ello.
Ser bueno no quiere decir ser blando, sumiso, ingenuo o sin carácter, como a veces se cree. Al contrario: los buenos se distinguen por su fuerte personalidad, la cual se traduce en inagotables dosis de energía y optimismo, y se refleja en su cálida sonrisa y los sentimientos de confianza, cariño y respeto que infunden a su alrededor. Los bondadosos son amables, accesibles, compasivos, generosos, fuertes, espontáneos. Mientras los faltos de bondad son egoístas insensibles, desconfiados, hoscos, rencorosos y crueles.
La falta de bondad es consecuencia del egoísmo, la mezquindad y la ausencia de la grandeza humana. El que no es bueno es incapaz de sentir compasión y ve a los demás como rivales o enemigos a los que sería una imprudencia ayudar y de los cuales hay que cuidarse en extremo. Se siente más seguro cultivando la desconfianza, el rencor y el odio que la simpatía o la amistad y prefiere anular o destruir a sus semejantes que conocerlos o dialogar con ellos, a menos que pueda sacar algo para su propio provecho.
La falta de bondad nos deshumaniza y nos convierte en personas indeseables e insensibles, con las que la vida en comunidad se torna difícil e incluso peligrosa.
*Tomado de La prensa diario libre Colección de valores.
Mi prójimo es aquella persona con la cual yo uso misericordia. La misericordia de Dios sobre nosotros nos permite no recibir aquello que merecemos y nos da aquellas bendiciones que nacen de su amor y compasión.