¿QUÉ ESCOGES TÚ?

La Biblia cuenta que en el principio Dios creó los cielos y la tierra, los mares, los ríos, los árboles, los animales, etc. (Génesis 1). Y después de haber preparado todas las condiciones ideales, entonces creó a Adán y a Eva. Era el deseo del Señor tener una relación personal con ellos y derramar sobre ellos su amor y sus bendiciones. Allí Dios les reveló que ellos podrían disfrutar plenamente de toda aquella creación, podrían comer de todo árbol del huerto, pero les advirtió que había una excepción.

Génesis 2:15-17 > “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara. Luego el Señor Dios le ordenó al hombre: «Puedes comer libremente de cualquier árbol en el jardín, pero no debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal porque el día que lo hagas, sin duda morirás».”

Dice el pasaje de hoy que Jehová Dios mandó al hombre, diciendo: “No debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal porque el día que lo hagas, sin duda morirás” Desde un principio, Dios quiso establecer que al igual que ellos podían esperar de Él todo tipo de bendiciones, Él esperaba que ellos fueran obedientes, y respetaran esta regla.

Más tarde, la serpiente se acercó a Eva y puso ante ella la tentación de comer del árbol prohibido. Eva lo pensó por unos momentos, y entonces tomó una decisión. Dice la Biblia que “Cuando la mujer vio que el árbol era hermoso y los frutos que daba eran buenos para comer, y que además ese árbol era atractivo por la sabiduría que podía dar, tomó algunos frutos del árbol y se los comió. Su esposo se encontraba con ella, ella le dio, y él también comió.” (Génesis 3:6). Eva escogió desobedecer a Dios. Después Adán hizo lo mismo. Como consecuencia de esta acción ambos murieron, no físicamente, sino espiritualmente, pues Dios los echó del paraíso. Ambos tuvieron la oportunidad de continuar disfrutando las bendiciones de Dios, pero optaron por desobedecer y las perdieron.

Desde el principio Dios ha mostrado su deseo de bendecir al hombre, pero al mismo tiempo ha dejado claro que es necesario obedecer sus instrucciones para que sus planes se lleven a cabo. A través de toda la historia de la humanidad hasta nuestros tiempos, la decisión de obedecer o no siempre ha dependido del ser humano. Por ejemplo, en Deuteronomio 30:19, Moisés les dice a los israelitas: “El cielo y la tierra son testigos de que hoy les he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Yo les aconsejo, a ustedes y a sus descendientes, que elijan la vida.” A través de Moisés, Dios expone con toda claridad dos opciones totalmente opuestas al pueblo de Israel: la vida o la muerte; la bendición o la maldición. Y les exhorta a que escojan la vida, por supuesto. Pero al final, el que tomaría la decisión sería el pueblo de Israel.

En el Nuevo Testamento también encontramos una exhortación similar, esta vez de parte de Jesús. En Mateo 7:13-14 dice: “Es muy fácil andar por el camino que lleva a la perdición, porque es un camino ancho. ¡Y mucha gente va por ese camino! Pero es muy difícil andar por el camino que lleva a la vida, porque es un camino muy angosto. Por eso, son muy pocos los que lo encuentran.” Dos puertas, una ancha, la otra estrecha. Jesús aconseja que entremos por la estrecha.

¿Quién decide por cuál va a entrar? Cada uno de nosotros. También habla de dos caminos: uno ancho y espacioso, que lleva a la perdición. Y otro estrecho, pero este lleva a la vida eterna. Es más difícil, pero los resultados son infinitamente mejores.

La invitación de Jesús a la vida eterna continúa vigente en la actualidad. Él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.” (Juan 14:6). La palabra de Dios continúa siendo tan clara y específica como al principio de la creación. Todavía hay dos caminos que podemos tomar: la obediencia o la desobediencia, la vida o la muerte, el camino ancho o el camino estrecho, el primero lleva a la condenación, el segundo a la vida eterna. Es nuestra la decisión de tomar un camino o el otro.

¿Cuál escoges tú? Si ya has aceptado a Jesucristo como salvador, ¡Gloria a Dios! Si no lo has hecho, eleva una oración ahora mismo y pídele que venga a morar a tu corazón por siempre. Al hacerlo, su sangre derramada en la cruz te limpia de todo pecado y recibes la vida eterna.

ORACIÓN: Padre santo, gracias por tu Hijo Jesucristo y por la salvación que a través de Él nos ofreces. Yo decido tomar el camino que lleva a la vida eterna sabiendo que moraré por siempre junto a Ti.

En el nombre de Jesús.

Amén.

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