Como el padre se compadece de los hijos, se compadece el Señor de los que le temen. – Salmo 103:13
Varias madres de hijos pequeños compartían respuestas alentadoras a sus oraciones, pero una de ellas dijo que se sentía egoísta al molestar a Dios con sus necesidades personales: “Comparadas con las enormes necesidades que el Señor enfrenta en el mundo, mis circunstancias deben de parecerle triviales”.
Poco después, su hijito se apretó el dedo en una puerta y corrió llorando y dando gritos hacia su madre. Pero ella no dijo: “¡Qué egoísta eres al venir a molestarme con tus dedos doloridos mientras estoy ocupada!”, sino que le mostro gran compasión y ternura.
El Salmo 103:13 nos recuerda que, tanto el amor humano como el divino, responden así. En Isaías 49:15-16, el Señor asegura que, aunque una madre olvide ser compasiva con su hijo, Él no lo hará nunca; y agrega: “en las palmas de las manos te tengo [esculpido]”.
Con la misma libertad que ese niño corrió hacia su madre, nosotros también podemos acudir a Dios con nuestros problemas más cotidianos.
Nuestro Señor compasivo no descuida a los demás por respondernos a nosotros, ya que tiene tiempo y amor ilimitados para cada uno de sus hijos. Para Él, ninguna necesidad es insignificante. – JEY
Señor, ¡cuánto te deleitas en mí y me tranquilizas con tu amor! Gracias por el tierno amor que me demuestras; como el de una madre que arrulla a su hijo.
Dios sostiene a sus hijos en la palma de sus manos.
Nuestro Pan Diario, Edición anual 2017, Página 136.
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