Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. – 2 Pedro 1:8
Billy Graham contó sobre la conversión de H.C. Morrison, el fundador del Seminario Teológico de Asbury. Dijo que Morrison, que en aquella época era agricultor, un día estaba arando el campo y vio que un viejo predicador metodista se acercaba en su caballo.
Morrison sabía que el anciano caballero era un hombre generoso y piadoso. Mientras miraba al santo predicador pasar, sintió una gran convicción de su pecado y cayó de rodillas. Allí mismo, solo, entre los surcos de su campo, entregó su vida a Dios.
Cuando terminó la historia, Billy Graham oró fervientemente: “Oh, Dios, hazme un hombre santo”.
Agustín dijo: “¿Quieres ser grande? Entonces empieza a serlo en tu interior”. La grandeza verdadera y duradera deriva de lo que somos. Aunque parezca que no estamos haciendo nada en absoluto, si nuestra vida está siendo diseñada por la gracia de Dios, podemos estar haciendo que todo valga la pena. Incluso, si estamos retirados por causa de la vejez, de una enfermedad o por aislamiento, podemos seguir siendo productivos. ¿Estás postrado/a en una cama o no puedes salir de tu casa? Tu vida santa todavía puede dar fruto.
Esto puede suceder únicamente si permanecemos en una estrecha comunión con Jesús (Juan 15:1-11). Sólo entonces tendremos el fruto que “permanece” (v. 16). – DHR
Una vida santa es el testimonio más poderoso que existe.
Nuestro Pan Diario Mujeres, Edición anual 2016, Página 61.
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