…prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. – Filipenses 3:12
Cuando cruzamos una calle transitada acompañados de niños pequeños, extendemos la mano y decimos: “Tómate fuerte”, y ellos se aferran a nuestra mano lo más fuerte que pueden. Pero nunca deberíamos depender de su fuerza en esto. Lo que los sostiene y protege es nuestra manera de tomarlos de la mano. Por eso, Pablo insiste: “… fui también asido por Cristo Jesús” (filipenses 3:12). O mejor aún: “¡Cristo me sostiene de la mano!”.
Una cosa es cierta: lo que nos mantiene a salvo no es como nos asimos a Dios, sino la fuerza con que Él nos sostiene. Nadie puede separarnos de sus manos; ni el diablo ni nosotros mismos. Una vez que estamos en ellas, Jesucristo no nos soltará.
Tenemos esta certeza: “y yo [Jesús] les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:28-29).
Una doble seguridad: nuestro Padre de un lado y nuestro Señor y Salvador del otro, rodeándonos como una abrazadera. Éstas son las manos que formaron las montañas y los océanos, y que arrojaron las estrellas en el espacio. Nada en esta vida ni en la futura “nos podrá separar del amor de Dios, que es Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39). – DHR
Señor, gracias por tus manos atravesadas por los clavos, que se extendieron en amor y tomaron la mía. Confío en que me sostendrás a salvo hasta el fin.
Aquel que nos salvó es también el que nos guarda.
Nuestro Pan Diario Israel, Edición anual 2015, Página 372.
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